viernes, 11 de abril de 2008

CAPITULO I: El abismo en el umbral de la imaginación.

A cada paso que doy puedo ver que el camino por donde camino reta mi destino. El camino se hace cada vez mas angosto, al punto de que cuando miro hacia el norte o sur o este u oeste, no puedo identificar el punto donde debería llegar. Todo toma un sutil toque fantasmagórico. Se forma, a mí alrededor, un hábitat donde solo las almas perdidas la pueden habitar, susurrando entre sí palabras de antojo terrorífico. Sus carcajadas las puedo escuchar desde lejos, aunque seguramente están muy cerca. No las puedo olvidar, claro; los suaves sonidos que salen desde sus labios, penetran por mis sensibles oídos y haciendo ecos van abriendo grietas hasta llegar a lo más profundo de mi cerebro. ¿Dónde estoy? No puedo saberlo, todo parece haber cambiado de un segundo a otro. El cielo pareció haberse cambiado de lugar, ahora está abajo; y el camino se posó por encima mío. Todo a mí alrededor parecía girar, ¿o acaso era yo el que giraba? No importaba. Lo único que importaba ahora es que las gigantes puertas del brillante sol comenzaban a cerrarse con lentitud, y a mí, el miedo me invadía. Mis miembros respondían con leves traqueteos de los nervios, y con un escalofrío que llegó al punto de desmayo.
Empecé a correr, hasta más no poder. Estaba descalzo, mis pies sangraban; no me dolía. Caí, tieso, casi muerto, débil. Pude saborear la tierra; no estaba tan fea. Me puse a comerla, tenía mucha hambre. En un abrir y cerrar de ojos, me vi encerrado en una cueva. En el rincón de esta cueva, había un espejo y una caja. Me dio curiosidad saber lo que había dentro de la caja. ¿Qué podría haber dentro de una caja que estaba en una cueva en donde parecía que lo único que había era silencio y soledad?
Me acerqué lentamente hacia ella con mucho miedo. No sabía que esperar; no sabía el resultado de todo este drama. A cada paso que daba aumentaba mi miedo de morir, y al mismo tiempo mi esperanza de vivir eternamente.
Esta caja no parecía ser una caja común y corriente; parecía ser mágica o algo así. Estaba cerrada, no la pude abrir. Sus extremos eran cortantes. En su interior no podían entrar muchas cosas, era muy pequeña.
Pude ver en el espejo que la caja no se reflejaba, me asusté mucho; di unos pasos para atrás y me caí. Una piedra con el tamaño adecuado como para abrir esta misteriosa caja, yacía a unos metros. Intenté. Y lo digo realmente en serio, intenté millones de veces, pero no pude abrirla. Quedé exhausto. La caja, a un lado, sonreía. Mis manos y mi cuerpo sangraban por doquier; un río pareció formarse a mí alrededor. La cueva comenzó a llenarse de sangre, no podía salir. Empecé a pensar que moriría ahogado con mi propia sangre. La caja y el espejo flotaban. Nadé hacia donde estaban estos peculiares objetos, y pude ver mi reflejo posado sobre el suave y tenaz espejo. Quedé sin palabras. Quieto durante horas; no podía dejar de pensar en mí. No era yo, se los juro. No era yo la cosa que ese espejo reflejaba.